IX. Se Fragua la Tormenta

03/09/2009 2.109 Palabras

Introducción EN la primavera de 1611, Galileo visitó Roma y mostró en los jardines del Quirinal las maravillas telescópicas de los cielos a los personajes más eminentes de la corte pontificia. Su estancia en Roma, por otra parte, estaba siendo un verdadero triunfo: en todas partes era bien recibido; Pablo V le acogió con benevolencia, cosa rara en un hombre tan reservado y cauto; habló con prelados, entre ellos con Roberto Bellarmino, luego santo, y fue mostrando sus descubrimientos a cuantos quisieran molestarse en mirar por el telescopio. Fue nombrado miembro de la Academia Lincei, o sea de los linces, con larga vista, fundada por el príncipe Federico Cesi poco antes, como reacción contra el conservadurismo de las universidades; Galileo fue su sexto miembro. Animado por tan halagüeño recibimiento, Galileo decidió replantear el problema del sistema copernicano al más alto nivel, pero no le fue posible: tanto Bellarmino como el papa rehuían ir al fondo de la cuestión científicamente, sobre todo el primero. Y a su vuelta a Toscana, ya la Inquisición, sin que Galileo lo supiera, estaba alerta. Bellarmino, a pesar de haber mirado por el telescopio de Galileo, se preguntaba, inquieto, qué consecuencias podrían derivarse de todo aquello.

This website uses its own and third-party cookies in order to obtain statistical information based on the navigation data of our visitors. If you continue browsing, the acceptance of its use will be assumed, and in case of not accepting its installation you should visit the information section, where we explain how to remove or deny them.
OK | More info